Hace unos días le recomendé a un paciente, al que le estaba haciendo rehabilitación después de haber tenido un infarto de miocardio hace un mes y medio, que tomara agua mineral con gas y me respondió diciendo que el cardiólogo le había prohibido el agua mineral por tener sodio. Esta afirmación tan tajante me ha llevado a plantearme que, en general, no tenemos una idea clara del agua que bebemos o que recomendamos.
Vamos a tratar de responder a dos preguntas clave en relación con el agua que tomamos
1) ¿Cuánta agua tenemos que beber?
El agua que ingresa en el organismo procede de dos fuentes principales: La que se ingiere como agua o líquidos en general (zumos, bebidas..), o formando parte de los alimentos sólidos. En total unos 2 litros y medio al día, aunque es una cifra que depende mucho del nivel de actividad de la persona y del clima o lugar en donde se desenvuelve su actividad.
Por la respiración se pierden unos 500 ml, por el sudor (si no se hace una actividad física y el ambiente es normocalórico) se eliminan unos 700 ml, por la orina alrededor de 1.400 ml y en las heces unos 100 ml.
El contenido total de agua corporal normalmente se mantiene dejando un pequeño margen de fluctuación diaria para la ingesta de comida y bebida y la excreción de orina.
El margen de volumen de agua que puede ingerirse está determinado por la capacidad del riñón para concentrar y diluir la orina. Un adulto medio con función renal normal necesita de 400 a 500 ml de agua para excretar la carga de solutos diaria producida por nuestro catabolismo en una orina de concentración máxima. Si tenemos en cuenta que producimos alrededor de 200 a 300 ml/d de agua debido a nuestro catabolismo tisular, la ingesta de agua imprescindible al día sería de tan solo 200 a 300 ml/d. Es decir, podemos vivir varias semanas sin probar alimento sólido, pero sin beber agua solo podemos estar días (nadie hace huelga de ingerir líquidos).
La hiperhidratación (beber más de lo necesario), se corrige mediante un incremento en la producción de orina y la hipohidratación mediante un incremento en la ingesta de agua por medio de la comida o la bebida debido a la sensación de sed.
Si bebemos agua de forma insuficiente tendremos problemas de eliminación de calor al hacer ejercicio físico (posible patología por calor), de eliminación de sustancias por la orina (orina concentrada y posibilidad de arenilla y cólicos nefríticos), de eliminación de heces (estreñimiento).
Lo que hay que tener claro es que, aunque los márgenes de seguridad son muy amplios, se puede morir tanto por beber poco agua como por beber demasiada. Hay casos documentados de fallecimiento por edema cerebral o pulmonar debido a la hiponatremia -al menos en una mujer que participó en un desafortunado concurso de radio en el que se competía por beber mas agua a lo largo de varias horas-. También están documentados fallecimientos en carreras de larga distancia en las que solo se bebía agua (sin sodio).
Del mismo modo, se puede morir (y esto es muchísimo más habitual), por deshidratación al beber menos agua de la que se necesita para termorregular.
La sed es, pues, un mecanismo que hay que respetar, ya que nos alerta del grado de deshidratación, del mismo modo que, al necesitar líquidos para hidratarnos al padecer un trastorno gastrointestinal o al sudar excesivamente, debemos ingerir líquidos que contengan sodio.
2) ¿Qué tipo de agua es más segura?
Si estamos en un país desarrollado, como el nuestro, el agua del grifo es segura. El peligro son las aguas obtenidas mediante pozos particulares en zonas agrícolas, en donde la contaminación por nitratos puede ser significativa.
Las aguas de manantial son aquellas aguas potables de origen subterráneo que brotan espontáneamente por medio de un manantial o son extraídas por el hombre. Pueden precisar tratamientos físicos para separar elementos indeseables. Se permite su adición o eliminación de anhídrido carbónico. Pero no se permite su potabilización.
Dentro de esta agua están las que en su día obtuvieron la denominación de aguas mineromedicinales, que son aquellas que provienen de manantiales naturales, no necesitan manipulación química y son envasadas en su lugar de origen, y poseen alta mineralización que es la que le confiere sus propiedades terapéuticas.
Estas propiedades terapéuticas hacen que su consumo ordinario pueda estar limitado en determinados casos. Al igual que el resto de las aguas de consumo publico, no deben presentar contaminación por microorganismos o parásitos y deben de garantizar una composición iónica constante.
Según dicha composición pueden clasificarse en bicarbonatadas, cloruradas, sulfuradas, sulfatadas, ferruginosas, radiactivas y oligometálicas.
Según su grado de contenido en sales minerales, se clasifican en:
a) Aguas de mineralización fuerte (por encima de 1501 mg de minerales por litro)
b) Aguas de mineralización débil (hasta 500 de minerales por litro)
c) Aguas de mineralización muy débil (por debajo de 51 mg de minerales por litro)
Todas ellas deben estar dentro de los parámetros de exigencia en cuanto al contenido de sustancias peligrosas
España tiene cerca de 2.000 manantiales y casi un centenar de marcas con las que se comercializa el agua y se clasifican según su origen en:
- Minerales naturales. Son de origen subterráneo, bacteriológicamente sanas, con una composición constante en sus minerales y otros componentes. Son las más consumidas en España y representan el 83,84% de la producción total
- De manantial. Son también aguas subterráneas y bacteriológicamente sanas. Pero, en lugar de tener minerales y otros elementos en condiciones apreciables, sólo se definen como aguas “potables”; representan el 13,19% del total.
- Potables preparadas. Al contrario de las minerales naturales y de las de manantial, son aguas sometidas a tratamientos físico-químicos que cumplen los requisitos sanitarios exigidos para su consumo. Apenas representan el 2,97% del total
- Aguas de consumo público envasadas. Es agua del grifo envasada que pasa unos filtros para eliminar arenilla o exceso de cal.
- Con gas. Pueden ser minerales naturales o de manantial. Son aquéllas que tienen un cierto contenido en anhídrido carbónico (CO2).
Enlace para acceder a todas las marcas comerciales de agua y sus contenidos
En cuanto al sodio, la recomendación no sería la de evitar el agua mineral, ya que, según diversos estudios recientes, las aguas más mineralizadas y, por lo tanto, con mayor concentración de sodio y también de bicarbonato, calcio, potasio y magnesio, ejercen un efecto protector frente al aumento de la tensión arterial a las 9 semanas de la intervención.
Estos datos sugieren que el bicarbonato sódico y el cloruro sódico difieren en su efecto sobre la tensión, coincidiendo con otros estudios en modelos animales, pacientes hipertensos y voluntarios sanos. Por tanto, el bicarbonato sódico y también muy probablemente el calcio, potasio y magnesio que acompañan al sodio en el agua mineral pueden ser factores que interactúen entre sí y modulen la respuesta presora del sodio. Parece adecuado recomendar a los sujetos hipertensos que, independientemente de la restricción de sal en la dieta, la complementen con aguas minerales ricas en bicarbonato sódico, calcio, potasio y magnesio. Finalmente, hay que tener en cuenta que la utilización de aguas minerales carbónicas nos acercan más a la dieta paleolítica ya que alcalinizan ligeramente y compensan algo el desequilibrio actual ácido de la dieta frente a la ancestral que era más alcalina (verduras, frutas, fibra…)
Publicado 28th February 2011 por Jose Antonio Villegas García
http://dieta-paleolitica.blogspot.com.es/2011/02/agua-que-no-has-de-beber.html
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