En el anterior post hablamos de las bacterias, y como podemos modificar su número y composición por la calidad y cantidad de nuestros alimentos. Pero cuando hay un desequilibrio o disbiosis intestinal, se producen una serie de alteraciones, que van desde la inflamación de la mucosa, permeabilidad intestinal, hasta enfermedades como la obesidad, alergias, intolerancias, enfermedades autoimunes, así como diversos tipos de trastornos mentales. En definitiva, son una serie de acontecimientos patológicos, que originados en el propio intestino, se correlaciona con otra serie de trastornos a nivel global, y que son causados principalmente por una dieta moderna alta en calorías, cereales, azucares y grasas trans.
La permeabilidad intestinal es una patología en la que se generan espacios entre las células de la pared intestinal.
Cuando esto sucede, principalmente por una alteración de la microbiota intestinal, la función de barrera intestinal (de unos 300 m2) encargada permitir el paso nutrientes y desechar las partes inservibles o tóxicas , deja de realizarse correctamente; supone que muchas de las sustancias que deberían abandonar el cuerpo, no lo hacen y penetran en la circulación sanguínea, llegando al hígado, a través de la vena porta. Pero éste no es el único órgano afectado. Hemos de pensar que nuestro sistema inmunológico al encontrarse con una serie de sustancias desconocidas, como proteínas extrañas y antígenos, puede reaccionar con la formación del anticuerpo correspondiente (IG) , como en el caso de las intolerancias (IGG) o las alergias (IGE).
Aunque también podría significar el inicio de una Enfermedad Autoinmune; como hemos visto la gran mayoría de los anticuerpos se crean ante proteínas desconocidas, esto podría propiciar que en un momento determinado, y como consecuencia de su labor desbordada, el sistema inmunológico confunda esas proteínas extrañas, con partes propias del cuerpo, como ocurre con La Enfermedad Crohn, Colitis Ulcerosa, Artritis Reumatoide, Diabetes, Parkinson, Tiroiditis de Hashimoto, etc.
Hoy en día se calcula que puede haber hasta 80 enfermedades autoinmunes, y otras tantas sospechosas de serlo.
Las señales que circulan por el cerebro incluyen prostaglandinas (derivadas de los eicosanoides), proteínas de complemento ( proteínas que son de gran importancia para matar por ejemplo microorganismos invasores) y un grupo de proteínas que se conocen como citoquinas cuya producción se activa rápidamente como respuesta al daño y a la enfermedad, produciendo inflamación.
De éste modo, ante una patología a nivel intestinal, como la descrita, se van a generar una serie de citoquinas inflamatorias, como el interferón, interleuquinas, y factor de necrosis tumoral alfa, que actuarán a nivel local, afectando igualmente a los tejidos adyacentes, sin embargo algunos pueden entrar en el flujo sanguíneo, siendo capaces de transmitir señales a órganos distantes, incluyendo el cerebro donde podrían producir la activación de microglías; estas células del sistema inmunológico podrían transformarse en macrófagos cerebrales que actuarían como células fagocíticas, secretando además moléculas pro-inflamatorias y radicales libres como forma de defensa ante una posible injuria, pero por contrapartida también podrían causar la destrucción de tejidos y neuronas sanas, este podría ser el caso de enfermedad como el alzheimer (aquí), el parkinson o el autismo (aquí) pero además estas citoquinas inflamatorias podrían disminuir los niveles de serotonina contribuyendo a la aparición de la depresión.
Se bajara que otro mecanismo involucrado podría ser por la activación de los receptores Toll-like 4 (TLR-4) de los macrófagos, en este caso sería producido por la entrada en circulación de lipopolisacáridos que es un componente de la membrana de las bacterias gram-negativas presentes en el intestino y que podrían estimular la producción de citoquinas inflamatorias. (aquí) (aquí), lo que parece claro es que la activación de los macrófagos ante cualquier injuria puede tener claras implicaciones en los estados depresivos (aquí)
Hasta ahora hemos visto como los problemas de origen intestinal pueden causar diversos trastornos en otras partes del organismo, incluyendo el cerebro, favoreciendo la aparición de diversas patologías como puede ser la depresión.
Pero partiendo de este último órgano y recorriendo el sentido inverso, los problema de tipo psicológico podrían ocasionar diversos trastornos de tipo gastrointestinal como puede ser síndrome del intestino irritable, la úlcera péptica, la enfermedad inflamatoria intestinal, enfermedad de Crohn, etc, etc.
Efectivamente, nuestras vivencias o, mejor dicho, la forma de entender o asumir los problemas del día a día, pueden llevarnos a padecer lo que actualmente se conoce como estrés crónico. Es cierto que mantener cierta tensión puede ser positivo para tratar de solucionar los problemas cotidianos a los que todos nos podemos enfrentar, pero nuestra incapacidad para desactivar esta respuesta fisiológica hará que los problemas no tarden en aparecer. Esto supone la activación de dos vías que parten del cerebro:
Eje Hipotalámico-Pituitario-Adrenal
Eje Cerebro-Intestino.
El estrés crónico (producido por grandes tragedias o sobrecargas mantenidas en el tiempo, incluidas las de origen físico), puede influir, y mucho, en nuestro sistema inmune, aunque los mecanismos no están del todo claro, suponen la activación del eje hipotalámico-pituitario-adrenal. La principal respuesta del cerebro frente al estrés es el aumento en la producción del factor liberador de corticotropina (CRF). El CRF viaja desde el hipotálamo hasta la glándula pituitaria en donde induce la liberación de otra hormona, la corticotropina (ACTH). Esta hormona viaja a través del torrente circulatorio hasta las glándulas adrenales para liberar cortisol (y adrenalina), que es un supresor potente del sistema inmune y de la inflamación.
Este tipo de estrés crónico podría tener efectos desastrosos en el cuerpo y cerebro.
La exposición a la adrenalina y el cortisol de forma crónica, podría estar relacionada con enfermedades cardiovasculares, obesidad visceral, la hipertensión arterial, cáncer, problemas del sistema inmune, diabetes, osteoporosis, deterioro de la flora intestinal e incremento de la permeabilidad intestinal (aquí) En un principio los niveles de cortisol, inhiben la activación de los macrófagos bloqueado la producción y acción de las citoquinas inflamatorias que inician la respuesta inmunológica, algo fundamental para "cortar"la cascada inflamatoria que se inicia como respuesta a una agresión, pero una exposición permanente a altos niveles de cortisol podría inducir una desensibilización de estos receptores de glucocorticoides en las células inmunitarias alterando el control sobre la inflamación y aumentando la producción de citoquinas inflamatorias. (*¿podría ser ocasionado por un funcionamiento deficiente de la glándula adrenal propiciado por estrés crónico (fatiga adrenal)?)
Pero fuese por el motivo que fuese, el aumento de éstas moléculas pro-inflamatorias que llegan al cerebro, podría dañar a las neuronas, pudiendo estar detrás de una series de trastornos psicológicos como ya hemos visto. También el estrés crónico provoca un aumento de glutamato en el cerebro. El glutamato es un neurotransmisor que, en exceso, se sabe que causa migrañas, depresión y ansiedad (aquí, aquí). Por otro lado niveles altos de cortisol de forma crónica, reducen el hipocampo (parte del cerebro encargada de la formación de nuevos recuerdos de los acontecimientos experimentados)(aquí).También el cortisol parece alterar la función de los transportadores GLUT4 (proteína transportadora de glucosa regulada por la insulina)dejando niveles crecientes de glucosa que flotan en la sangre.
Pero además, también propicia un proceso de gluconeogénesis, esto podría estar causado por citoquinas como el factor de necrosis tumoral alfa y la interleuquina 1, que aumentarían la actividad de la enzima 11ß HSD-1 favoreciendo la conversión de cortisona en cortisol en el hígado y aumentando por este motivo la producción de glucosa hepática (aquí) . Esta hiperglucemia también afectaría al cerebro, acelerando el envejecimiento y provocando también la pérdida de neuronas en el hipocampo de manera irreversible (aquí). Pero el estrés, a nivel intestinal, genera una serie de consecuencias nocivas, como puede ser:
Disminución del flujo sanguíneo esplácnico, propiciando una menor oxigenación de los tejidos.
Menor recuperación de la mucosa digestiva.
Disminución de la secreciones gástricas.
Alteración de la flora intestinal.
Disfunción de la barrera intestinal.
Pero también existe una comunicación bidireccional entre el cerebro y el tracto gastrointestinal o lo que es lo mismo entre el sistema nervioso central y el sistema nervioso entérico a través del nervio vago (nervio que va desde el tronco cerebral hasta el cerebro entérico en el abdomen) denominado eje cerebro-intestino, esta vía mantiene el contacto en ambas direcciones de tal forma que una alteración en la mucosa intestinal podría tener su afectación cerebral y viceversa. En este sentido podríamos señalar que la microbiota intestinal podría ejercer algún tipo de influencia sobre el sistema nervioso central y la percepción del estrés, pero esta comunicación bidireccional nos lleva a reconocer que el estrés podría producir, del mismo modo, alteraciones en la composición de la microbiota entérica y por ello crear disfunciones en la función de barrera de la mucosa intestinal formando un circulo vicioso que se retroalimenta constantemente (aquí, aquí)
Esto, aunque sea una explicación demasiado sencilla, deja patente la estrecha relación entre intestino y cerebro. Es decir, la inflamación del primero propiciado, tal vez, por una modificación de la microbiota intestinal puede ser el origen de una serie de trastornos psicológicos en el segundo, esto debería poner en marcha una serie de mecanismo para mediar en la respuesta inflamatoria surgida en el sistema digestivo, pero al no ser suprimida, acaban retroalimentandose el uno al otro con consecuencias funestas para ambos.
Debemos pues sospechar problemas en este eje cerebro intestino, cuando además de diversos tipos de trastornos gastrointestinales, como gases, inflamación, estreñimiento, diarrea, o dolor de tipo abdominal, nuestra respuesta emocional sea desproporcionada. Puede ser el caso de conductas agresivas, de ansiedad, de enojo, de tristeza, de depresión, de miedo, etc, aunque en muchas ocasiones la causa o el motivo no exista como tal.
Pero además la falta de motivación, la apatía, la desgana y la dificultad para recordar ciertos acontecimientos también podría estar detrás de los procesos mencionados. Si éstos comportamientos no desaparecen rápidamente, conviene actuar para evitar que, por el mecanismo de retroalimentación mencionado, la cosa acabe en algo más grave.
Pero no es en el plano mental donde habría que actuar únicamente, lo más importante es restablecer la salud de nuestro sistema digestivo, ¿ y cómo?, pues con una alimentación de tipo ancestral: que contenga principalmente carnes, pescados, mariscos, huevos, vegetales, frutos secos y frutas, evitando la alta dependencia de los cereales (principalmente los derivados del trigo(aquí)), de aceites vegetales oxidados, de azucares, de "lácteos" ( en caso de padecer intolerancia a los lácteos), de comida procesada, dejando períodos de ayuno más o menos largos, manteniendo una vida activa, implementando incluso entrenamientos intensos (que no extenuantes) y también de moderada y baja intensidad.... ¿Y para nuestra mente?, podemos ayudar a bajar nuestros marcadores inflamatorios con sesiones de relajación y meditación (para otro post), de éste modo actuando en los dos frentes podemos volver a equilibrar nuestro sistema más rápidamente.
Es entendible que realizar determinados cambios en nuestros hábitos alimenticios y forma de vida, pueda ser una labor bastante complicada, pues chocan contra la norma común. Esa falta de respaldo social, a veces tan necesario par acometer cambios en la vida, suponen un obstáculo añadido para poder alcanzar la metas que nos imponemos. Si a todo esto, añadimos falta de voluntad, autoestima o depresión, (por lo motivos digestivos expuestos) , el acometer con determinación estos planteamientos será una cuestión ardua. Así pues, quién estando en éstas circunstancias se acerque a éstos planteamientos, es posible que tienda a recorrer el camino de puntillas, intentando no romper completamente con los patrones establecidos, al no confiar ciegamente en los beneficios que suponen estos cambios. Pero éste es el gran error, reproducir un "comportamiento ancestral" a medias, supone sacrificarse para no obtener quizás todos los resultados esperados.
El Ser Humano es lo que "es", no por la idea complaciente que de él tienen las grandes instituciones del siglo XX y XXI, sino por un pasado evolutivo de miles y miles de años. Los caminos son muchos, pero pocos los correctos, si he de elegir, me quedo, sin duda, con el que marcó la Naturaleza.http://nutrientrena.blogspot.com.es/2012/10/cerebro-inflamacion.html
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