A menudo nos van llegando nuevos enunciados que nos sugieren modelos y propuestas innovadoras en el ámbito de la didáctica de la educación, pero que, a veces, se nos pueden escapar de nuestro control inmediato. Una de ellas es la expresión “evaluación auténtica”. Con la máxima humildad voy a intentar hacer una síntesis de lo que representa este enunciado.
Ciertamente, una de las principales críticas que por lo común se realiza a la evaluación en el ámbito educativo es que no hay congruencia entre evaluación y enseñanza, es decir, se enseña una cosa y se evalúa otra. A la educación física le sucedió hace tiempo cuando utilizaba los test de condición física para calificar al alumnado.
La premisa central de una evaluación auténtica es que hay que evaluar aprendizajes contextualizados (Díaz Barriga & Hernández, 2002). Es decir, que las condiciones de la evaluación guarden un alto grado de fidelidad con las condiciones reales que se produce el desempeño evaluado. En palabras de Herman, Aschbacher y Winters (1992:2), este tipo de evaluación se caracteriza por “demandar que los aprendices resuelvan activamente tareas complejas y auténticas mientras usan sus conocimientos previos, el aprendizaje reciente y las habilidades relevantes para la solución de problemas reales”.
Por lo tanto cuanto más se confunda una tarea de evaluación con su homónima en un contexto de práctica social y situación de vida real, más auténtica podremos considerarla.
Recordemos, no obstante, que “situación de la vida real” no se refiere tan sólo a “saber hacer algo en la calle, o estrictamente fuera de la escuela”; más bien se refiere a mostrar un desempeño significativo y relevante en el mundo real, en situaciones y escenarios que permitan manifestar la riqueza de lo que los alumnos han logrado comprender, solucionar o intervenir en relación con asuntos de verdadera pertinencia y trascendencia tanto personal como social.
La evaluación auténtica se considera alternativa en el sentido de que busca un cambio en la cultura de la evaluación imperante, centrada en instrumentos estáticos que exploran sólo la esfera del saber o saber hacer mecanizado y automatizado (memorizado).
En congruencia con los postulados del constructivismo, una evaluación auténtica centrada en el desempeño busca evaluar lo que se hace, así como identificar el vínculo de coherencia entre lo aprendido y lo utilizado, entender cómo ocurre el desempeño en un contexto y situación determinados, o seguir el proceso de adquisición y perfeccionamiento de determinados saberes o formas de actuación (Blázquez Sánchez & Sebastiani i Obrador, 2009). Asimismo, implica la autoevaluación por parte del alumno, pues la meta es la promoción explícita de sus capacidades de autorregulación y reflexión sobre su propio aprendizaje. En este sentido es una evaluación de proceso y formativa, donde son prácticas relevantes la evaluación mutua, la evaluación compartida, la coevaluación y la autoevaluación (Díaz Barriga & Hernández, 2002).
En este punto es conveniente preguntar: ¿qué hace a una evaluación en verdad auténtica? Darling-Hammond, Ancess y Falk (1995) plantean cuatro características:
1. Las evaluaciones auténticas están diseñadas para representar el desempeño real en el campo en cuestión. Es decir, las tareas que permiten evaluar están contextualizadas, plantean al alumno desafíos intelectuales o motrices complejos que lo llevan a realizar un trabajo investigativo propio y a emplear su conocimiento en tareas abiertas, poco estructuradas, de manera que se hace indispensable el desarrollo de habilidades metacognitivas y de solución de problemas.
2. Los criterios de la evaluación permiten valorar los aspectos esenciales en distintos niveles, en vez de centrarse en estándares rígidos basados en una respuesta binaria (SI-NO). Dichos criterios se expresan abiertamente ante los sujetos de la evaluación, no se guardan en secreto como en las pruebas tradicionales. Así, conocer de antemano las tareas y los criterios de evaluación y practicarlos con antelación al episodio de evaluación, en vez de considerarse una forma de “hacer trampa”, es algo valioso y deseable.
3. La autoevaluación representa un papel muy importante en las tareas de evaluación auténtica; su meta principal es ayudar a los alumnos a desarrollar la capacidad de evaluar su propio trabajo al contrastarlo con estándares públicos y consensados, al poder revisar, modificar y redirigir su aprendizaje. Por consiguiente, el concepto de progreso académico, entendido como el refinamiento y mejora de lo aprendido, constituye la base del trabajo autodirigido y automotivado.
4. Puesto que la construcción del conocimiento se entiende como una empresa humana de interés para la sociedad, en una evaluación auténtica se espera que lo que los alumnos aprendieron y generaron se comparta y discuta públicamente en la comunidad de aprendizaje pertinente.
Tomando como referencia a Monereo (2009), se sintetizan a continuación las características más importantes para analizar la autenticidad de una tarea.
+ Realismo
Identificar aquellos problemas que el alumno deberá ser capaz de resolver en el futuro.
+ Relevancia
Apela al nivel de utilidad del conjunto de competencias que tratan de enseñarse y evaluarse, siempre en relación con los contextos profesionales o de la vida cotidiana.
+ Proximidad ecológica
Hace referencia a la proximidad entre las actividades y el contexto educativo en el que se desarrollan.
+ Identidad
Implica que se evalúe al alumno en situaciones que supongan distintos grados de inmersión.
En educación física nos puede resultar relativamente fácil incorporar este tipo de evaluación gracias al carácter vivencial y procedimental de nuestros contenidos de enseñanza y su ya de por sí proximidad con el mundo real. Revisemos pues nuestros modos habituales de evaluar y veamos de qué forma podemos hacer que lo que evaluamos guarde fidelidad con las condiciones reales donde se aplicarán esos aprendizajes conseguidos.
http://editorialinde.tumblr.com/post/123721017707/evaluaci%C3%B3n-aut%C3%A9ntica-en-educaci%C3%B3n-f%C3%ADsica
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