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A pesar de que la ignorancia y el analfabetismo en biomedicina es el mayor factor de riesgo de enfermar y de que el desconocimiento es un lastre muy serio cuando uno es un paciente, el esfuerzo en información, educación y comunicación (IEC) sobre estos temas que habría que haber hecho por parte de los principales actores del sistema sanitario ha sido pobre. Muy pobre.
El tiempo en el que la IEC sólo era posible si se disponía de entramados industriales formidables (en los que el papel, la imprenta y los quioscos, junto con las cadenas de radio y las televisiones, imponían su ley y sin ellos no había algo que hacer) se acabó hace ya 15 años, cuando internet irrumpió en el planeta. Además, las cosas tomaron una velocidad vertiginosa cuando Steve Jobs presentó su primer iPhone hace seis años. Luego llegó el iPad y con él el tablet como otro concepto universal.
Total, a día de hoy existen más líneas de teléfonos móviles que habitantes en el mundo, hay 1.100 millones de smartphones, Apple ha vendido 100 millones de iPads y sus competidores se han puesto las pilas para intentar incluso desbancar la supremacía de los de Cupertino.
Mientras tanto, ¿qué ha hecho el sistema sanitario español -el público y el privado también- para liderar la comunicación en biomedicina entre los ciudadanos? Poco, muy poco. ¿Se conocen al detalle los resultados médicos de clínicas y hospitales? ¿Se hacen campañas inteligentes y atractivas en la red para prevenir y promocionar la salud de nuestra sociedad? ¿Se intenta dialogar con la ciudadanía para conocer sus inquietudes en salud y tratar de ayudarles? ¿Hay una estrategia medianamente seria de potenciar la salud móvil ahora que casi todos tienen un smartphone y muchos además un Ipad en el bolsillo?
¿Se piensan potenciar las nuevas herramientas digitales para mejorar la pésima adherencia que tienen los enfermos crónicos a los tratamientos que les recomienda el médico? Salvo casos aislados y notables, a los médicos, gestores y políticos que mandan la revolución móvil y digital les ha pillado con el paso cambiado.
Una de las razones de esa atonía informativa y comunicadora es que la IEC aún es irrelevante para todo el sistema. Los que tienen que hacerla, y ahora más que nunca si se pretende conseguir una sanidad que sea sostenible, que son los profesionales y las instituciones, valoran poco esa necesidad. Como pasa en otros muchos sectores económicos, la esclerosis cultural impide dinamizar la reinvención porque la crisis, el día a día y la rutina, dificulta ver más allá de los árboles próximos. Lo cómodo es hacer más de lo mismo, sin complicarse la vida intentando navegar en aguas más modernas pero algo distintas de las que hemos navegado tanto tiempo.
Pero para lo que no debería haber excusa es para no dedicar algo de presupuesto a prospeccionar la innovación en IEC. Habría que pensar que ese concepto es tan importante o más que cualquier nuevo fármaco que llegue a las farmacias, que el TAC de última generación que haya que adquirir o el enésimo equipo de trasplantes de un hospital recién inaugurado. Sobre todo si a menos de 10 km hay otro servicio similar con probada excelencia y tradición.
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