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martes, 1 de noviembre de 2011

LA DIETA MEDITERRANEA EN PELIGRO DE EXTINCIÓN

ALIMENTACIÓN Congreso europeo
Cada vez comemos menos verduras y más grasas.



Nunca hubo tanta información sobre nutrición ni tantos problemas de obesidad y alimentación inadecuada. Crecen las enfermedades asociadas al estilo de vida y Europa se 'olvida' de la dieta mediterránea y se 'atiborra' a calorías. Mientras, África sufre una de las peores crisis alimentarias de la historia. Los expertos reunidos con motivo del XI Congreso de la Federación Europea de Sociedades de Nutrición, que se celebra esta semana en Madrid, han dibujado un panorama desolador, pero también han propuesto algunas posibles soluciones.

"No estamos manteniendo la dieta mediterránea, que corre un gran riesgo de perderse", asevera Ascensión Marcos, presidenta del congreso. El paradigma de la alimentación sana, rica en verduras y frutas, con el indispensable aceite de oliva, el pescado siempre a mano y parca en grasas se desvanece. España es ya el tercer país europeo con más obesidad infantil. Los colegios no nutren adecuadamente a los niños y sus padres tampoco constituyen el mejor modelo. "Se come a salto de mata, cuando podemos. El actual estrés y la actividad diaria nos impiden seguir una dieta equilibrada", se lamenta Alfredo Martínez, presidente del comité científico del congreso.

Y eso que nuestra sociedad occidental cuenta no sólo con los mejores productos de la dieta mediterránea, sino con los conocimientos más avanzados sobre lo que conviene comer según la edad, los alimentos funcionales más sofisticados y la posibilidad de realizar una dieta que contrarreste las enfermedades a las que nos predisponen los genes. Todos estos avances se expondrán en el congreso, sin olvidar los obstáculos que impiden que buena parte de la población se beneficie de ellos.

Precisamente, el cometido de Francesco Branca, director del Departamento de Nutrición para la Salud y el Desarrollo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha sido narrar en qué punto se encuentran las medidas políticas y científicas encaminadas a mejorar los patrones dietéticos. La cruda realidad es que no van bien. Prueba de ello es que, en estos momentos, las patologías no transmisibles -como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares o la diabetes- constituyen la principal causa de muerte en la mayor parte del mundo.

El sobrepeso y la obesidad, que en algunos lugares del planeta afectan a más del 60% de la población adulta, se encuentran entre los factores de riesgo más destacados de estas dolencias. "En África central las cifras siguen siendo más bajas que en el resto del mundo, pero aumentan poco a poco", señala Branca. Hasta tal punto que, por increíble que parezca, "en los últimos 20 años se ha duplicado el número de niños menores de cinco años con sobrepeso en este continente", agrega. De hecho, donde más crecen los problemas de exceso de peso infantil es en los países que se encuentran en transición económica hacia un mayor nivel de renta.

Los países más pobres también están alcanzando a los más ricos en la ingesta de grasa. Por supuesto, África también se lleva la peor parte en lo que a hambre y desnutrición se refiere. Por otra parte, en las naciones del norte de Europa y en Francia se ha conseguido frenar la epidemia de obesidad, pero sólo entre los segmentos más favorecidos de la población. Entre los individuos con menos recursos económicos, la tendencia no se ha revertido.

Medidas eficaces

Ante esta situación, Branca reconoce que aún queda un largo camino por recorrer, pero ya se puede hablar de medidas exitosas. Entre las iniciativas para mejorar la dieta, la reducción de la ingesta de sal, el reemplazo de las grasas trans por grasas poliinsaturadas y la concienciación pública sobre la alimentación más adecuada son tres intervenciones que han mostrado un alto grado de coste-efectividad. Otras propuestas, como restringir la publicidad de comida y bebida a niños, promover la comida sana en los colegios o animar a los médicos de atención primaria a que den consejos nutricionales a sus pacientes no han cosechado, de momento, resultados tan buenos. "Tenemos que aumentar el inventario de medidas útiles y realizar más estudios sobre su eficacia en los lugares con bajos ingresos", precisa Branca.

Otro capítulo importante es el de la agricultura, donde es indispensable administrar bien las ayudas que se conceden para, por ejemplo, buscar alternativas más sanas al aceite de palma, que es más barato que otros pero es demasiado rico en grasas naturales. Asimismo, el representante de la OMS se refirió a la planificación urbana: "La forma en la que están diseñadas las ciudades afecta al estilo de vida".

En cuanto a las medidas fiscales para restringir el uso de ingredientes con poco valor nutricional o gravar con impuestos los productos menos sanos, valora positivamente las leyes en esta línea que han puesto en marcha recientemente Hungría y Dinamarca. Finalmente, Branca asegura que "estamos hablando de una emergencia. Necesitamos más compromiso e inversión, así como herramientas para saber como implementar las intervenciones más eficaces".

La situación más crítica se vive en el continente africano donde, según explica Ana Lartey, del Departamento de Nutrición y Ciencias de la Alimentación de la Universidad de Ghana, "la subida drástica de los precios de los alimentos está afectando gravemente a la población, que gasta entre un 50% y un 80% de lo que gana en comida". Con un porcentaje tan elevado del salario dedicado a la nutrición, cualquier nuevo incremento tiene consecuencias desastrosas.

"Las familias intentan hacer algo para enfrentarse a esa subida de precios. Por ejemplo, a veces dejan de tomar verduras y carne y comen muchos hidratos de carbono", cuenta Lartey. "También reducen la cantidad y, en vez de hacer tres comidas al día, ingieren sólo dos o una". Cuando las cosas se ponen muy feas, "venden sus joyas y el ganado y sacan a sus hijos del colegio".

Expertos como Lartey centran sus esfuerzos en proteger a esas familias de las crisis alimentarias y apuestan por medidas a largo plazo que "proporcionen a la población la capacidad para que no les afecten tanto". El dinero en efectivo o los vales para adquirir comida son meros parches. Mejorar la agricultura y aumentar los cultivos autóctonos para no tener que importar productos se perfilan como posibles soluciones. "Como científicos, tenemos que investigar cuáles son las mejores vías para reducir la desnutrición. También debemos obtener datos sobre la crisis que estamos sufriendo para presentárselos a las autoridades y proponer medidas", concluye Lartey.




María Sánchez-Monge Madrid

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